Lectura mística de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-17)
Pontificia Universidad Javeriana, Pastoral: Tertulia Ignaciana
Lectura
mística de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-17)
Inspirado
en Anselm Grün, K. Rahner y Flaherty
Elaborado por: Guillermo
Zapata, S.J.
Mayo 8 de 2012
1. Las metáforas del viñedo: Israel y Jesús
La imagen
mística de la vid, es no sólo una de las metáforas de Israel sino también
símbolo de Jesús y sus discípulos quienes permanecen unidos en la cercanía y el
amor de amistad.
De la vid,
podemos remontarnos al sentido del vino siguiendo la SE que afirma: «el buen
vino alegra el corazón». Esta alegría del corazón nos remite a los dioses del
vino Diosisos y Baco que se relacionan con la fiesta, y la música hasta
alcanzar el éxtasis. La religión tiene como tarea buscar el verdadero éxtasis, abriendo
un espacio de esperanza y libertad en comunión con lo sagrado. Quiere
indicarnos que la mística, al ser camino de lo sagrado, también nos invita a abandonar
los caminos habituales circunscritos a las normas y a la ley abriendo con
fidelidad creadora nuevos horizontes de libertad.
Para lograr
la libertad, es preciso encontrar el dinamismo que nos conduce más allá de
nosotros mismos creando un “éthos”, una koinonía
en apertura festiva al mundo.
Precisamente el teólogo Karl Rahner se refiere a una
"mística de la alegría del mundo" (Mystik der Welt-freudigkeit) presente en los Ejercicios
Espirituales, en los que se contempla la cercanía y comunión de Dios con el
hombre en el misterio de la Encarnación
de Jesús. Ignacio invita al ejercitante a ver cómo Dios se inclina con amor y
compasión sobre el mundo, sobre el cual desciende todo bien (que viene de lo
alto EE 237), para entrar en comunión definitiva con él.
Al entrar en
comunión con Dios, con el mundo y con la historia, el amor permite ser fieles
creativamente, desde el centro interior de tal manera que nos hace capaces de
responder a los desafíos del presente.
San Juan en
este texto de la vid y los sarmientos, nos hace referencia a la unión y el
encuentro con Jesús quien nos conduce hasta el Padre, permitiéndonos
divinizarnos, de tal manera que esta expansión divina (embriaguez) nos llene de gozo en el amor. Al entrar en comunión con
Dios, la humanidad se diviniza, el corazón se alegra y renacemos en el Señor
(Orígenes). Este camino místico de la comunión con Dios nos trae la alegría de
la vida.
La vida consiste así una mística de unión con Dios, “amor
esponsal” lo llama el cantar de los cantares (San Juan de la Cruz, Santa
Teresa), Ignacio le llama en encontrar a Dios en todas las cosas y a todas las
cosas en él, a través de la mística de la simpatía con el mundo y con todo lo
creado.
Cada discípulo
permanece unido en el espíritu de amor
a su Maestro, de tal manera que se hace más fuerte que la muerte, capaz de
superar la contradicción de la cruz. Ya los discípulos quieren permanecer junto
al Señor armando tres tiendas en la escena de la transfiguración que nos narra
san Lucas (Lc 9, 28-38). Este amor incondicional que se irradia desde el centro
interior es Cristo, y se convierte en un absoluto más allá de la vida y de la
muerte; como afirma San Juan: «Nadie tiene mayo amor que el que da su
vida por sus amigos» (Jn 15, 13). De este modo, permanecer unidos en el amor
hasta el extremo, es morar en la alegría interior que ensanchar el alma –A.
Grün–.
Con este amor
incondicional nos hacemos amigos en el
Señor, y de este modo, amigos de Dios, movidos por su mismo amor y confianza.
En estos misterios
de la amistad divina, presente en las metáforas del árbol de la vida, la muerte
no es un escándalo, sino la suprema manifestación de la vida, donde la misma
muerte sella la amistad para siempre
El amor humano tiene en su seno la tentación del egocentrismo: pues “lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si n o permanecéis en mí” (Jn 15,4). El amor viene de muy lejos, de Dios. Implica una madurez humana, afectiva, psicológica que no deja de lado el sacrificio y las rupturas de crecimiento. Para insistir en la dimensión sacrificial, cuya metáfora es el vino que nace de la uva pisada, es decir, de la dimensión sacrificial de la vida, inspiremos nuestra conversación en el siguiente texto, donde la misma muerte es experiencia del Espíritu, de libertad y de Gracia.
(Cf. Cristobal Villalpando, Méjico)
Citemos ahora a K. Rahener, sus palabras nos adentran el el misterio del Espíritu, el sufrimiento y la Gracia. Desde allí entendemos la metáfora de la vid y los sarmientos.
«Pasemos revista, por último, a las experiencias
concretas de vida, que, lo sepamos o no de un modo reflejo, son experiencias
del Espíritu, siempre y cuando nos enfrentemos con ellas en forma adecuada…
»Solo nos es posible mencionar aquí algunos ejemplos
entresacados al azar y de manera no sistemática…
»He ahí un hombre que de repente descubre que puede
perdonar, aunque por ello no reciba recompensa alguna y que admite como
evidente el perdón silencioso de la otra parte.
»He ahí un hombre que intenta amar a Dios, aunque
de su mudo misterio no parece llegar a ninguna respuesta a tal amor; aunque no
le arrastra ya ninguna ola de cálido entusiasmo; aunque no pueda ya confundirse
a sí mismo y su impulso vital con Dios, aunque en ese amor se ve morir, porque
se le presenta bajo los rasgos de la muerte y de la negación absoluta, porque
le parece que se clama en el vacío , en un abismo sin eco, porque es como un
horrible salto en el caos, porque todo en él se vuelve incomprensible y sin
sentido.
»He aquí un hombre que cumple con su deber, pese a
la acuciante sensación de negarse a sí mismo y aniquilarse de acometer una
solemne necesidad que nadie leva a agradecer.
»He aquí un hombre que hace el bien a otro, sin que
en éste vibre una sola nota de comprensión o gratitud, sin que ese bien ni
siquiera redunde en la pequeña satisfacción de sentirse altruista, honrado etc.
»He aquí un hombre que calla, aunque podría
defenderse, aunque se sabe tratado con injusticia, calla, sin gozar su silencio
como soberanía de su inviolabilidad
»He aquí un hombre que obedece, no porque se vea
forzado a ello so pena de consecuencias desagradables, sino a causa de ese algo
misterioso, mudo, incomprensible, que llamamos Dios y su voluntad.
»He aquí un hombre que renuncia a lo que más estima
sin que nadie se lo agradezca, sin que su acto le proporcione siquiera una
complacencia interna…
»Podríamos seguir prolongando mucho más la lista,
sin conseguir quizá evocar del todo aquella experiencia que, para cada vida
humana, es la experiencia del Espíritu, de la libertad y de la gracia [1].
Para la conversación… contexto en el horizonte de la madurez afectiva…
«Maduración
afectivo quiere decir desarrollo e integración de todas las fuerzas y emociones
de la persona humana...» (Flaherty). Estar atento a una vida sana afectiva es indispensable para
el crecimiento espiritual y la capacidad de entregamos plenamente en nuestro
trabajo. El ser humano sigue desarrollándose y dejar de crecer es
estancamiento, es morir antes de tiempo, es como dice el texto “separado… sin
poder dar fruto” (v.4).
Al adentrarse en el horizonte psicológico
de la mística de la afectividad, el manejo complejo de las emociones forma lo
que algunos psicólogos llaman «la
inteligencia emocional», en la
que se puede señalar cinco aspectos que la facilitan a saber para vivir con
felicidad y eficacia: Auto-conocimiento,
manejo y procesamiento de las emociones; auto-motivación; el reconocer las
emociones en los demás (empatía); y finalmente, el adecuado manejo de las relaciones
interpersonales.
De todas maneras como afirma Aristóteles: «Cualquier persona puede llegar a
enojarse; esto es lo más fácil. Pero el enojarse con la persona indicada, en el
nivel apropiado, con el momento
oportuno, por un motivo razonable y en el forma adecuada, no es fácil». (Aristóteles,
EN).
[1] K. RAHNER, Erfahrung des Geistes, Reiburg, 1977, pp.37-42, citado por Weger, Karl-Heinz, Ibid. pp. 105-107.
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